viernes, 13 de enero de 2012

¿Venganza o Justicia?

 Hoy hablaba con unos amigos “twiteros” de algo que estoy seguro se ha hablado en la sobremesa de cada casa en más de una ocasión. “Si me pasa a mí, si me quitan a mi hijo/a, te juro que lo mato”. Cuántos de nosotros no habremos pronunciado esa frase mil veces al ver casos de asesinatos de menores, de abusos, de desapariciones que han terminado con el descubrimiento del cadáver y de su o sus asesinos. Y me han hecho pensar en lo curiosamente que se comporta la mente humana frente al sentimiento de venganza.

Conocemos a diario, por desgracia, muchos casos que claman venganza. Muchos de ellos en los que si nos ponemos en su lugar, sentimos con mucha facilidad la rabia, la impotencia, el odio profundo hacia los responsables, y en muchos de esos casos de asesinatos de hijos o hijas, no digo el dolor porque eso se me antoja imposible. Por más que lo intentásemos, dudo mucho que nadie tenga tal capacidad de empatía. Nadie puede sentir ese dolor más que quien lo está soportando. Todos, o casi todos en más de un instante, hemos intentado imaginarnos en esa situación, y hemos llegado a la misma conclusión. Después de eso… ¿qué más me puede pasar que sea peor? Nada. Así que viviré el resto de mi vida nada más que para vengarme.

Pero, si nos atenemos a los casos conocidos, al “después de “, vemos que nadie, NADIE(o casi nadie), termina tomándose la justicia por su mano. En muchos casos es evidente, como bien apuntaba una compañera de tertulia esta mañana, que hay más responsabilidades detrás que obligan a seguir adelante. Otros hijos, por ejemplo, o la esposa o marido. Pero también hay casos de padres ya separados, con sólo el hijo que les quitaron, por ejemplo. ¿Qué se activa en la mente de una persona con tantísimo dolor, para impedir agarrar una pistola, un coche, un palo, lo que sea, y esperar el instante en que pueda vengarse de quien le arrebató lo más querido?

Hace siglos, cuando el hombre era menos culto (si es que alguna vez ha llegado a serlo), tenía la fe en Dios y responsabilizaba a éste de las consecuencias de prácticamente todo. Después de eso vino la ciencia, y cuando tampoco ésta le daba la totalidad de las respuestas, la fe recayó en la justicia. Pero ¿qué queda cuando ésta última nos falla, o no nos contenta, o nos parece incompleta? ¿Cómo podemos calmar esa sensación de angustia si vemos que nada de lo que ocurre nos compensa mínimamente el dolor sufrido? ¿Cómo frenarse ante la fuerza que debe empujar en esos instantes a cobrarte por ti mismo lo que te han hecho?

Venganza, desquite, revancha, ajuste de cuentas… mil nombres distintos para un solo sentimiento. Contra él, hablamos de olvido o perdón. El olvido es imposible, para el perdón es necesario un arrepentimiento, como mínimo. Supongo que el hecho de no vengarse, esa “reflexión” que vemos en todos esos casos, vendrá precisamente por ser personas cabales, sensatas y emocionalmente estables (al menos hasta ese día), precisamente lo contrario a esos otros monstruos que infligen tan enorme daño.

 La venganza es la sensación y el convencimiento más profundo de que haciendo sentir a otro lo mismo que sentimos nosotros, el daño queda reparado, pero nada es más contrario a la realidad. Y quizá esto es lo que mentalmente choca con nuestro yo más cívico, el que nos impulsa cerebralmente a no cometer con otro ser humano lo mismo que han cometido con nosotros. Es decir, si yo estoy totalmente en contra de lo que tú has hecho, ¿cómo lo voy a hacer yo? Si no pensásemos así, estaríamos aplicando la Ley del Talión, el ojo por ojo, y al final, ya se sabe…todos ciegos.

Está claro que la venganza es un sentimiento totalmente destructor, absurdo, sin baremo de nivel que pueda equipararla mínimamente con la justicia. Si violas a mi hija… ¿te violo a ti? ¿Violo a tu hija sin que ésta sea culpable de nada? ¿Y si no tienes hija? Si matas a mi hijo… ¿Mato al tuyo? Entonces sabrías lo que siento yo, pero yo habría matado a un inocente. ¿Te mato a ti? Entonces no sabrás lo que yo siento, y tu hijo sí, y él no tiene culpa… O si mi hijo era hijo único y tú tienes tres ¿mato a los tres, o con uno ya estaremos en “paz”?

Nada de eso tiene sentido. Lo único que existe contra el daño infligido es la justicia. Otra cosa es que la justicia que tenemos esté bien diseñada, bien fundamentada y mejor ejecutada, o sea simplemente un conjunto de normas encontradas unas con otras que al final no sirven más que para dejar en evidencia al perjudicado y en la calle, o con una simple regañina, al agresor, como la que tenemos en este país casi siempre.

Eso no es justicia. Eso es una puta mierda. 
Pero eso es para otra historia.





No hay comentarios:

Publicar un comentario