jueves, 5 de enero de 2012

Hechos sagrados y opiniones libres.

La diferenciación básica entre información y opinión debería basarse en la objetividad, según mandan los cánones de las nociones básicas de cualquier buen periodista.  Si bien una opinión no puede tenerla, por definición propia, la información, los hechos concretos y concisos sobre los que queremos divulgar, sí deberían ser objetivos, y por tanto sagrados.
Pero aquí de nuevo nos encontramos con algo que conocemos sobradamente, y es que la objetividad no existe. Cada forma de entender, observar, calibrar o asimilar algo por cada persona distinta, ya le da un prisma único y personal que, si bien puede ser muy próximo a otro, implica inexorablemente la  falta de esa misma objetividad. Se suele decir que en un mundo de siete mil millones de personas podrían confeccionarse siete mil millones de mapas distintos. Otro tanto ocurre con las opiniones, he ahí su libertad.
Hoy en día en multitud de medios, escritos y no escritos, somos testigos de la misma multitud de testimonios en forma de información y de opinión. Como buenos receptores de la actualidad, nosotros somos los que debemos ser capaces de clasificar y diferenciar lo que es un hecho de lo que es una opinión. La noticia es el hecho, el máximo exponente periodístico, en el que se informa de unos datos puntuales  y de lo fundamental para entender los mismos, y sin ningún atisbo de visión ni juicio personal. A partir de ahí podremos observar la opinión que corresponda, esto es, la exposición y argumentación personal y propia de quien opine acerca de esa noticia.
A partir de estos conceptos, tanto los hechos como las opiniones conviven en una línea quizá demasiado delgada. La libertad de las opiniones se nos descubre ciertamente relativa, así como la posible máxima objetividad de los hechos.
Podemos leer un artículo de opinión en un medio, o verlo en una televisión, incluso escucharlo radiado y pensar en que dicha opinión, o su emisor, son perfectamente libres, como dice la máxima anglosajona del editor Charles A. Dana, editor y prácticamente inventor del periodismo informativo, pero quizá esa opinión pudiera ser permitida, publicada o emitida en mayor o menor medida teniendo en cuenta los intereses del medio que explote la información. Y esta mayor o menor  medida ya estaría vulnerando y delimitando su propia libertad.
En cuanto a los hechos, lo sagrado de ellos puede depender también de la apreciación o forma de entenderlos, de la tendencia social o cultural, del efecto que los mismos puedan producir al conocerlos sobre el punto de vista (opinión) del redactor o responsable de la puesta en la calle de la noticia. Con esto volvemos de nuevo sobre  lo complicado de la objetividad y de lo relativamente sagrados que pueden ser los citados hechos.
Así que la objetividad total, la neutralidad total acerca de absolutamente cualquier cosa sobre la que nos informemos, se convierte en dogma de fe, y lo neutral y objetivo de los hechos, finalmente, y la libertad de la opinión, seguirán siendo como la distancia y el olvido.
 Primos lejanos, pero primos, a fin de cuentas.

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