miércoles, 15 de febrero de 2012

El otro "loco" Abreu


Su nombre es José Antonio Abreu, músico, director de orquesta, Venezolano… y “revolucionario” (a mi entender).

En Febrero de 1975 Abreu se paró, según él mismo dijo, a mirar a su alrededor más profundamente de lo que había hecho hasta entonces, sorprendiéndole muy dolorosamente toda la miseria que le rodeaba. Una Venezuela con el 31% de la población por debajo del umbral de la pobreza le abofeteó con toda la fuerza de la cruda realidad. Y el maestro Abreu, en contra de lo que suele hacer por costumbre el 99% de los seres humanos, decidió que iba a moverse para cambiar aquello. Tomo la decisión de reclutar a tantos niños como pudiera de los que había visto en las calles, darles a cada uno de ellos un arma, e iniciar una revolución para luchar contra la pobreza.

 Su cuartel general inicial fue un garaje que poseía, en el que guardaba un puñado de viejos atriles. En sus inicios solo “reclutó” a once valientes jóvenes dispuestos a dejarse llevar por su causa antes que seguir muriendo en vida en una acera. Tampoco tenían mucho que perder. Así que recogieron de manos de Abreu su arma y se dispusieron a plantearle batalla al mundo. Un arma de madera, de unos cincuenta centímetros y con cuatro cuerdas de diferente grosor. Cincuenta centímetros (lo que mide de media un violín), que pueden separar la más absoluta de las miserias de la salvación que conlleva tener ilusión por algo.

Eso fue hace 37 años. Hoy, en 2012, Abreu sigue dirigiendo el Sistema de Orquestas de Venezuela. Lo que empezó siendo un sueño catalogado de ilusorio por muchos, se muestra convertido en la actualidad en un proyecto de integración presente en 23 países en todo el mundo. Sus bases son totalmente contrarias a la corriente actual, dando gratuitamente una lección de la verdadera importancia de la sociedad global, a pesar de que en general, su mensaje pase totalmente desapercibido.

Si hay algo que hoy en día prima por encima de lo demás es la individualidad. Destacar por encima de la colectividad. Se premia el nombre, el gesto o la gesta, el detalle, pero casi siempre en el plano individual. El mejor cocinero, el mejor futbolista, el mejor nadador, el mejor… sin pararse mucho a pensar en el equipo que hay alrededor. Abreu confió el éxito de las personas, de sus alumnos, como parte del éxito colectivo. Sin nombres, sin individualidades, sin estrellas, implicando a cada uno de ellos en el buen funcionamiento del conjunto, de la colectividad, del apoyo mutuo; formar parte muy importante cada uno del engranaje grupal final.

Los métodos de selección son básicos. Sólo se pide la partida de nacimiento. Absolutamente nada más. La idea es agrupar niños y jóvenes de las clases sociales más bajas, sacarles de las calles, recoger a los niños de aquellas familias sin recursos y darles una razón de ser, un sentido concreto por el que movilizarse y actuar, una motivación por la que superarse día a día. Y esa no es más que la música. 

Cuando un niño entra en el Sistema de Orquestas, prácticamente al poco tiempo ya está integrado en una orquesta, por bajo que sea su nivel. Se les agrupa por capacidades, por conocimientos, desde el nivel más bajo hasta los más avezados en la disciplina, pero desde el primer momento se les convierte en participativos, en parte importante de un todo, de un gran grupo que necesita de todos ellos para funcionar a la perfección.

Según el propio Abreu “cuando a un niño de la calle le das un violín, le estás dando un arma. No tiene otra cosa y esa arma puede abrirle paso en la vida, así que se aferra a ella como nadie y su vida adquiere de repente un sentido impresionante. Un sentido que contagia a familias, amigos. Es su oportunidad, es su identidad. Lo peor de la calle es no ser nadie. Con un instrumento sienten que son alguien, forman parte de algo, igual que ellos necesitan a otros, esos mismos otros les necesitan. Y eso para ellos es, simplemente, vida”.

En la actualidad son incontables los profesores de todas partes del mundo que quieren aprender el método del maestro Abreu. Holandeses, italianos, españoles, japoneses, alemanes, etc. Muchos de ellos acuden a Venezuela para presenciar los métodos de ensayo, de trabajo, con que Abreu consigue los espectaculares resultados que reparte internacionalmente. De sus escuelas han surgido ya no pocos jóvenes que integran las más prestigiosas orquestas del mundo. Es digno de destacar que los once integrantes que iniciaron el sueño de Abreu, como primeros alumnos suyos, todavía siguen al pie del cañón en el Sistema de Orquestas, como profesores o tutores de los niños ahora integrantes.

Otro dato curioso y digno de mención es el que refiere al internacionalmente reconocido director de orquesta italiano Claudio Abbado cuando fue a Venezuela a dar una conferencia y un concierto. Había oído hablar de las escuelas de Abreu y se dirigió a ver uno de sus ensayos. 
Según contó poco después en una entrevista, se pasó prácticamente todo el ensayo llorando, y al salir dijo: “yo he venido a Venezuela a hablar de mi orquesta, pero de lo que debe enterarse todo el mundo es de lo que ustedes tienen aquí”. 

Inmediatamente después de ese acontecimiento, Claudio Abbado decidió implicarse plenamente en el proyecto del maestro Abreu, y actualmente este director colabora aportando a los alumnos del Sistema de Orquestas sus conocimientos durante cuatro meses al año.

Lo que empezó como un loco sueño con once alumnos descalzos en un garaje, y que hoy se conoce como el Sistema de Orquestas de Venezuela, cuenta actualmente con infinidad de agrupaciones sinfónicas con un número aproximado de 400000 componentes, unos 280 centros de enseñanza y 300 orquestas distribuidas en todas y cada una de las ciudades del país. 
José Antonio Abreu no deja de recabar premios y reconocimientos internacionales, incluido el premio Príncipe de Asturias de las Artes, en el año 2008. El pasado año, en 2011, recibió el Echo Klassik de la industria musical alemana, y es poseedor también del Juan de Borbón y de un Grammy honorífico.

De sus orquestas y su labor social, siguen surgiendo cada año distinguidas promesas de la música y grandes directores de orquesta ya de talla internacional, como Gustavo Dudamel o Diego Matheuz.

Pero el mayor de sus premios seguro que no es ninguno de esos tan mundialmente reconocidos. Quizá el mayor de sus premios sea, muy de vez en cuando, el brillo de los ojos de algún niño devolviéndole esa luz que él le ha regalado a cambio de tan poco.

Cuanto deberíamos aprender de usted los que creemos saber tanto, Maestro.



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