Las ensordecedoras explosiones reventaban sus oídos. Los disparos silbaban a su alrededor advirtiendo de su cercanía. El soldado corría, corría sin mirar atrás simplemente agachando la cabeza y concentrando todas sus fuerzas en sus piernas.
Corrió mientras el pecho le estallaba por el esfuerzo, rezando, sin ser consciente, para que ninguno de aquellos disparos le alcanzase y así poder salir de aquel infierno. Al fin lo consiguió, y sin dejar de correr encaminó su huída al punto de reunión.
La emboscada les había sorprendido no muy lejos de las coordenadas previstas, y al llegar allí se encontró a su Capitán junto a unos pocos miembros del pelotón que también habían conseguido escapar de aquella asquerosa trampa mortal.
Instintivamente miró a su alrededor, inquieto, buscando en todas aquellas caras la de su compañero, sin encontrarlo. Sin tiempo a recuperarse prácticamente, solicitó permiso al capitán para volver a adentrarse en el bosque.
- - Mi Capitán, permiso para regresar a buscar a mi compañero.
El Capitán le miró con gesto grave.
- Denegado, soldado. Nadie ha podido salir de esta y no estar aquí ahora. No voy a darle permiso para ir en busca de un cadáver y arriesgar su vida tontamente. Lo lamento.
Recibió las palabras de su Capitán con entereza, sin sorpresa por saberlas coherentes.
Era cierto, el que no hubiese llegado ya a su posición, era prácticamente seguro que habría muerto. Así que agarró su fusil con fuerza, se lo colgó cruzado en la espalda, y sin mirar atrás, echó a correr en dirección al bosque, dejando atrás los gritos de su Capitán y el resto de soldados que intentaban retenerle.
Después de un par de horas, volvía a la posición segura del pelotón. Entró en la zona con el cadáver de su amigo en brazos, inerte, con expresión relajada, en paz. El Capitán se acercó a él, y mientras miraba tristemente el cuerpo del soldado caído en sus brazos, le dijo:
- - Soldado, ¿de verdad mereció la pena arriesgar su vida, exponerse a una muerte casi segura de la que ya se acababa de librar, para recuperar sólo su cadáver?
Ël, mirándole fijamente, le respondió:
- Por supuesto, Mi Capitán, por supuesto que mereció la pena. Porque llegué a su lado justo antes de que muriera, y, ¿sabe?... aún le dio tiempo a sonreírme y decirme:
“AMIGO, sabía que vendrías”.
Porque la AMISTAD es mucho más que una hermosa palabra.
Un nudo en la garganta, un escalofrío por la espalda, los ojos húmedos e incapaz de articular palabra. Ahí lo dejo!!
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