lunes, 26 de diciembre de 2011

Oídos privilegiados

Nos situamos hace casi un año, un 12 de enero de 2011 en una fría mañana de Washington. Nos metemos en el metro, son las 7:51 de la mañana, todo de lo más habitual. Gente y más gente dirigiéndose al trabajo, los niños a las escuelas… al llegar al andén tampoco hay nada especial que llame la atención.
La marabunta de gente con prisas de un lado a otro, los policías haciendo su ronda, algún empleado de la limpieza terminando su trabajo, y un violinista ofreciendo unas piezas musicales a cambio de unas monedas.
Una cámara está grabando los movimientos de la gente en general… pero enfocada a alguien en particular. A ese violinista que, ataviado con unos vaqueros, una camiseta de manga larga y una gorra, está ofreciendo al público en general unas piezas de música clásica.
Haciendo un cálculo aproximado, en los 45 minutos que estuvo tocando pasaron por delante de él unas 1.100 personas. Aproximadamente tras un minuto de estar tocando, en su estuche cayó el primer dólar de los 32 que recaudó en su actuación en la estación de metro norteamericana. De las 1100 personas, alrededor de 50 se pararon un instante más largo de lo normal para apreciar o escuchar su música, 7 pararon completamente llegando a apoyarse en algún sitio para observarle, y 27 las que dieron alguna cantidad como propina al instrumentista. Curiosamente, fue un niño de corta edad el que más insistió en quedarse escuchando al violinista, tirando repetidamente de la mano de su madre para impedir que esta siguiera con su camino.Todo esto no llamaría la atención por ser algo de lo más común en el metro de Washington, en el de Londres, o en el de Madrid, si no fuera porque el músico que estaba tocando era  Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, que, equipado con un Stradivarius del año 1713 (valorado en 3,5 millones de dólares), recaudó, como digo, 32 dólares y 17 céntimos en 45 minutos. Una cifra algo inferior a los 100 dólares que se habían pagado por una entrada para verle sólo dos días antes, llenando el Boston Symphony Hall. Y los de 100 dólares no eran las mejores localidades, sino de las más baratas.Todo formaba parte de un curioso experimento realizado por el periódico The Washington Post, consistente en observar la reacción de la gente al escuchar música tocada por un auténtico especialista, un absoluto virtuoso de la misma, pero fuera de su contexto habitual. ¿Somos capaces de reconocer la calidad por sí misma, o simplemente “nos las damos” de saber o conocer sobre algo por haber pagado un alto precio por  ello? Resulta cuanto menos curioso observar como mucha gente que alardearía de entendimiento musical al acudir, pagando más de 100 dólares, a uno de sus conciertos, era totalmente incapaz, no solo de reconocerle, sino de apreciar ese mismo magistral sonido en una estación de metro.
Por cierto, al día siguiente del experimento, el mismo violinista de gorra y vaqueros recibía el premio “Avery Fisher”, el más importante de la música clásica.


1 comentario:

  1. Alberto, desgraciadamente, el tipo de personas que va a sus conciertos, no viaja en metro...

    abrazos!

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