sábado, 24 de diciembre de 2011

Feliz Navidad.

Esta Navidad la he pasado solo en casa. Teniendo a las niñas fuera de Madrid disfrutándola, y con no muchas ganas de fiesta, he decidido, sin la más mínima pena, pasarlas solo, relajado, saliendo a hacer kilómetros de bici, leyendo, escuchando música, y pensando. Como no, la soledad invita a pensar más de lo normal. Y pensando me he encontrado en el centro del tema recurrente de cada año. La Navidad y los excesos y comodidades, en unos casos, y las carencias y la falta de recursos para disfrutar nada, en otros.
Llevamos un año a todos los niveles duro, con la crisis golpeando y el problema del desempleo atizando un día tras otro en prácticamente todas las familias. Pero han llegado las fechas del consumo masivo, de los excesos, y  la escasa austeridad de estos días no se detiene ante nada, o casi nada.
A pesar de todo esto, parece que, como siempre, las cosas malas siempre pasan ajenas a nosotros. Seguimos viviendo como si la pobreza o las necesidades fuesen cosas de los países menos estructurados, del llamado Tercer Mundo, de las poblaciones menos “civilizadas” que la nuestra. Aquí evocamos siempre mentalmente la estampita americana del pobre sentado a la mesa, invitado por la familia pudiente, pero la vemos muy lejana. ¿Acaso no hay pobres así aquí? Somos los que clamamos contra la desigualdad de oportunidades, contra la marginación, contra la distinción… eso sí, que la niña no se nos case con el gitano.
Hoy en día, por desgracia, sólo es necesario darse una vuelta por el centro de cualquier ciudad grande, Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao… y ser capaz de ver, más que de mirar. Observar a nuestro alrededor con mirada crítica y objetiva, y comprobar la miseria que nos rodea, el montón de gente que no puede mantenerse con las necesidades mínimas y básicas cubiertas, dándonos cuenta de cómo se ha resquebrajado nuestra hipotética e hipócrita “sociedad del bienestar”.
Es curioso comprobar la esterilización humana ante las carencias ajenas, más si tenemos en cuenta que estos consumistas días, rodeados de interminables regalos, comida y bebida en abundancia, alegría y derroche por todas partes, estamos celebrando la fiesta de quien nació en un pesebre rodeado de animales y paja, sin más cubierta que la manta que llevaba sobre el canasto donde estaba tumbado, y que pasó su corta vida predicando y promoviendo la caridad y la pobreza como máximos exponentes de las virtudes humanas.
No son pocas las familias con uno o dos hijos a cargo y con todos los miembros en el paro, sin ningún tipo de ayuda, que viven diariamente con lo puesto, sin posibilidad de permitirse lujos que otros consideramos bienes de primera necesidad. Sin coche, sin ordenador, sin teléfono móvil…sin Navidad.
 Esta Navidad será en la que comerán, con un poco de suerte, esa misma sopa de sobre que hacen cualquier otro día del año, o ese filete de pollo a la plancha, como tantas veces… esas familias o esas personas mayores que sobreviven (si, SOBREVIVIR) con esas míseras pensiones y que pasarán estas navidades con la misma compañía que el resto del año. La compañía de la miseria.
Más nos valdría reflexionar un poco, pensar un poco más en el camino que estamos recorriendo, en la alienación que estamos permitiendo que nos domine día tras día, en las distinciones y las clases que estamos creando con nuestros ojos cerrados, con esta “generosa” forma de vida y su vertiginosamente cambiante tecnología que nos marca un camino a seguir queramos o no, sin pararnos a pensar si está bien o mal, simplemente por su velocidad.
 Y a pensar un poco más en el que tenemos al lado, en ese que ocupa el lugar que no ocupamos nosotros simplemente por capricho del destino, en ese prójimo que no hemos visto pero que si nos fijamos, está ahí…
Es lo de siempre, lo de cada año, lo que siempre pasa al otro lado de la calle, lo sé… es más de lo mismo… Más de lo que no debería ser. Porque esto no debería ser la Navidad. La Navidad debería ser solidaria, fraternal, social…humana.
Después de todo este peñazo…..Feliz Navidad a todos.

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